La aparición de la Oncología Pediátrica como especialidad nace como respues-
ta a una demanda de la profesión médica y
de la sociedad en general para cubrir una
necesidad evidente, como es la de proporcionar asistencia médica a un grupo de
niños que padecen enfermedades malignas(1).
El cáncer infantil en los últimos años ha
ido adquiriendo gran importancia en el
ámbito de la pediatría.
Hasta hace algunos años, el cáncer
infantil era considerado una rareza por los
médicos generales e incluso por muchos
pediatras sobre todo a nivel de asistencia primaria. En ese momento, las causas de
mortalidad infantil diferían bastante de las
actuales. Las enfermedades infecciosas, las
gastroenteritis severas con deshidratación,
la patología neonatal, la prematuridad, las
malformaciones congénitas, etc, ocupaban
los primeros puestos como causas de muerte en la infancia(2, 3).
En los países desarrollados, los avances
sanitarios, económicos, sociales y culturales han motivado una importante disminución de la mortalidad por estas causas y que
otras adquieran mayor relevancia.
Actualmente, el cáncer es la segunda
causa de muerte en niños mayores de un
año, superada sólo por los accidentes. En el
primer año de vida ocupa el tercer lugar,
superada también por la mortalidad derivada de las malformaciones congénitas. La
incidencia anual para todos los tumores
malignos en niños menores de 15 años es
de 12,45 por cien mil niños. En España la
incidencia de tumores infantiles no es absolutamente conocida, aunque desde 1980
funciona un Registro Nacional de Tumores
Infantiles, que recoge aproximadamente el
70% de los tumores infantiles que se origi-
nan en España, lo que supone una muestra
suficientemente representativa y significativa para contribuir al desarrollo de la Onco-
logía Pediátrica en nuestro país(1).
En niños y adultos el cáncer afecta a un
mayor número de niños que de niñas, y esta
proporción se mantiene de forma constan-
te en todos los países de nuestro entorno.
En España se calcula una proporción de
1,35:1 a favor de los varones. La incidencia
y las cifras de mortalidad en el cáncer infantil varían extraordinariamente con la edad.
La mayor parte de los tumores que afectan
a los niños menores de 5 años son de naturaleza embrionaria, representando el 40%
de los cánceres de los niños. A este grupo
pertenecen la leucemia linfoblástica aguda,
neuroblastoma, tumor de Wilms, retinoblastoma y carcinoma hepático. Se piensa
que en este grupo de edad los factores prenatales deben jugar un papel importante en
la frecuencia de presentación(4).
Otro grupo de tumores como los linfomas, tumores óseos, o tumores testiculares,
tienen una incidencia superior en niños de
más de 10 años, pensando que en este grupo los factores postnatales entre los que se
incluyen factores ambientales pueden ejercer una notable influencia.
En los últimos años hemos asistido a un
espectacular avance en los resultados obtenidos en el tratamiento del cáncer infantil.
De hecho, en pocas especialidades pediá-
tricas la mejoría en los resultados terapéuticos durante las dos últimas décadas es
comparable al obtenido en la Oncología
Pediátrica.
Hasta hace treinta años, la leucemia
aguda era considerada una enfermedad
inevitablemente fatal. Se podían conseguir
remisiones temporales que después no
podían mantenerse. En la actualidad la Leucemia Aguda Lianfoblástica, que es la variedad más frecuente de Leucosis en la infancia, tiene una supervivencia a largo plazo
que supera el 70%, lo que implica que la mayoría de los pacientes pueden curarse
definitivamente(5).
Se han obtenido progresos similares en
el tratamiento de los tumores sólidos. Al ini-
cio, cuando la cirugía era el único procedimiento terapéutico disponible, la supervi-
vencia a los dos años oscilaba entre el 0 y el
20% con una mortalidad perioperatoria alta.
La radioterapia empezó a ser utilizada de for-ma sistemática en la patología infantil en la
década de los 50 y los primeros resultados
positivos se vieron en la Enfermedad de
Hodgkin y en el Tumor de Wilms(6).
La quimioterapia comenzó a usarse ini-
cialmente en las recaídas como un último
recurso. Primero se utilizó en monoterapia
y luego como poliquimioterapia. Comprobada su utilidad se añadió como una tercera arma terapéutica que se administraba
después de la cirugía y/o la radioterapia.
En la década de los 60, y en gran parte
gracias a la experiencia acumulada en el
tratamiento de las leucemias, comenzó a
introducirse en el tratamiento de los tumores sólidos el tratamiento sistemático con
quimioterapia asociada a la cirugía y a la
radioterapia. A lo largo de los últimos 20
años la utilización combinada de estos procedimientos en estudios coordinados y
generalmente multicéntricos han incrementado significativamente la supervivencia a largo plazo de los tumores infantiles(7).
El análisis de estos progresos nos lleva
a interesantes conclusiones. Estos se deben
no sólo ni principalmente a descubrimientos e innovaciones terapéuticas y diagnósticas, sino sobre todo al diseño progresivo
de nuevos protocolos clínicos controlados
que han permitido ir resolviendo dilemas y
seleccionando las pautas más adecuadas
para cada neoplasia y dentro de cada una
de ellas, para la situación específica de
cada paciente.
Otra conclusión es que, dada la complejidad de los actuales procedimientos
terapéuticos, los pacientes infantiles con
cáncer deben ser referidos para su tratamiento a centros que dispongan de los
medios humanos y materiales debidamente especializados.
Es también interesante recordar las dife-
rencias entre las neoplasias infantiles y las del
adulto. El tipo histológico predominante en
la infancia son los sarcomas, frente a los carcinomas en los adultos. Los cánceres infantiles tienen generalmente localizaciones anatómicas profundas, no afectan a los epitelios,
no provocan hemorragias superficiales, ni
exfoliación de células tumorales. Todo esto
hace prácticamente imposible utilizar técnicas de detección precoz que son útiles en los
cánceres del adulto. Así, en la mayoría de los
casos el diagnóstico de cáncer infantil se
hace de forma accidental y con frecuencia en
fases avanzadas de la enfermedad.
Como contrapartida, la mayoría de los
tumores infantiles son altamente sensibles
a la quimioterapia, al contrario de lo que
sucede en el adulto.
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